viernes, 28 de marzo de 2014

Taipei

Nuestra vida es un solo viaje. Y siempre vamos.
Salimos ayer al mediodía desde París y llegamos hoy a las 10 hora local, después de 14 horas de vuelo.
No sé por qué decidimos venir. Llegamos al Charles de Gaulle sin rumbo. Hacía cinco semanas que dábamos vueltas por Francia más con la sensación de estar a la deriva que de estar viajando. Deambulamos entre las terminales hasta que vimos Cathay Airlines y un vuelo a Taipei. Fue la iluminación del peregrino frecuente. Hannah y yo supimos sin ni siquiera una seña, una complicidad, o nada de esas cosas que las parejas reclaman como elemento necesario para la armonía, que Taipei sería donde dormiríamos la próxima noche. Y nos metimos en ese avión aburrido e interminable.
Quizás nuestra pareja pide a gritos un destino exótico pero urbano. En esta ciudad todo es rareza, todo es choque con nuestra pobre occidentalidad. Aunque uno no podría decir que Taiwán es Oriente puro. Nuestro veneno les hemos inoculado también.
Estamos cansados. El avión es un tremendo depresor.
Llegamos al Grand Hotel, que parece un gigantesco monoblock en forma de pagoda roja con el techo amarillo. Desde la ventana vemos el Taipei 101, ese gigante que domina el skyline de la ciudad. La mise en scene de la frase "a ver quién la tiene más grande" que varias ciudades toman como un juego entre ellas. La habitación es lujosa. Nos tiramos un rato, creo que dormimos un poco, y luego hicimos el amor en Asia por primera vez. No fue gran cosa, estábamos muy cansados, pero esa cosa infantil de escribir en la pared "killroy was here" la practicamos consecuentemente.
Igual, vamos mal.